Época: Asia y África
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1660

Antecedente:
India



Comentario

La primera impresión de los viajeros portugueses cuando arribaron a la India fue la de un país inmensamente rico y floreciente, donde los productos alimenticios eran abundantes y baratos. La gran mayoría de la población difícilmente podía compartir esta idea y se hubiese dado por satisfecha con tener al menos la supervivencia asegurada. La India era un país muy densamente poblado, al que se le calculan para comienzos del siglo XVI unos 100.000.000 de habitantes. A pesar de la producción exuberante, que tanto admiraba a los europeos, la alta densidad de población motivaba la precariedad de la alimentación, y la nula comercialización de los productos básicos hacía que cualquier alteración del frágil equilibrio entre población y cosecha pudiese provocar escasez, hambre y muerte.
La reorganización del sistema fiscal llevada a cabo por Akbar tenía por finalidad tanto la obtención de los recursos necesarios para mantener el Imperio unido, como la elevación del nivel de vida del campesinado lo suficiente como para posibilitar la reinversión de cara a la mejora de los rendimientos, que, a su vez, permitirían el aumento de la base impositiva. Esta reorganización estuvo así en la base del éxito del Imperio mogol en la India, pues proporcionó los medios de pagar una administración y un ejército unitarios. A pesar de sus riquezas en productos de lujo, la India era un país eminentemente agrícola, sector de donde habían de recaudarse la mayor parte de los impuestos. Uno de los grandes aciertos del gobierno de Akbar fue el haber levantado un catastro con la clasificación de las calidades del suelo, para poder imponer las contribuciones de la forma más ajustada a la realidad. Este impuesto sobre la tierra sustituía a numerosos gravámenes locales, lo que en definitiva mejoró la situación del campesino. En buena parte de la península fueron recuperados por la Corona numerosos feudos y sus rentas. Y se prefirió la utilización de funcionarios pagados por el Estado para el cobro de impuestos antes que el arrendamiento de las rentas, aunque tal medida no se llevase a rajatabla cuando se consideró conveniente.

El cambio en la situación del campesinado le posibilitó la introducción de mejoras en la explotación y a su vez le obligó a ello, puesto que los impuestos venían a suponer la tercera parte de la cosecha, porcentaje no excesivo para arruinarlo y hacerlo emigrar, pero lo suficientemente alto como para empujarlo a arrancar del suelo todo lo que éste pudiese dar. A pesar de la dependencia de la climatología, en general a finales del siglo XVI el aumento de la producción agrícola había evitado las grandes hambrunas del pasado. Estimaciones generales nos hacen pensar que la productividad del suelo cultivado de la India estuvo por encima de la europea, al menos hasta el siglo XIX. Las dos cosechas anuales, de arroz y de trigo sobre todo, marcaban asimismo la superioridad de la agricultura india sobre la occidental.

El cultivo que mejor permitía el mantenimiento de gran número de personas era el arroz de regadío, por su alta productividad, por encima de la alcanzada entonces en Europa. El arroz de regadío, conocido en la India desde el segundo milenio a.C., se ceñía al valle de los ríos, mientras en el resto, la mayoría del territorio, predominaba el cereal de secano, trigo y cebada como grano de primavera y mijo como grano de otoño. La India diversificaba sus posibilidades de nutrición con una horticultura variada de frutales y la caña de azúcar. Apenas una pequeña parte de la población puede acceder a la volatería y la mantequilla, sustituto del consumo de carne, impedido por la moral brahmánica. Por otro lado, la presión de las numerosas bocas por alimentar obligaba al aprovechamiento más idóneo del suelo, que implicaba el cultivo de los cereales frente a los pastizales.

Pero sin duda era la pimienta el producto estrella del suelo indio. La región de Malabar producía los mejores granos de pimienta verde, que se exportaban por los puertos de Cannanore y Cochín. Ella sola alimentó un intenso tráfico en el Indico, que se extendía, por un lado, hacia el Japón, y por el otro, hacia el mar Rojo, y después por la ruta portuguesa que bordeaba África. La pimienta alargada, de calidad inferior, se producía en Bengala y Ceilán y tenía una importancia muy secundaria.

Otras especias variaban los sabores de la monótona alimentación asiática y permitían convertirla en exquisita. En Malabar y en Bengala se sembraba el jengibre, rizoma que era la especie más barata, al contrario que la costosa canela, cuya mejor calidad la producía Ceilán, en régimen de monopolio real, frente a la más mediana de Malabar. Otras plantas producían drogas, término genérico para denominar a medicamentos, perfumes, afrodisíacos y tintes. El opio del Gujarat, el betel de la costa occidental, el sándalo rojo de Coromandel, los áloes de Bengala y Gujarat, los cardamomos de Ceilán y Malabar eran objeto de un tráfico intenso de China a Portugal, de Malaca a Adén.

Pero para el campesino indio los impuestos se fueron volviendo cada vez más duros y apenas le quedaba para la subsistencia una vez los había pagado. Aurangzeb dictó una serie de medidas encaminadas al aumento de la productividad del suelo, como una forma de incrementar los recursos del Estado, cada vez más necesitado para hacer frente a los levantamientos, insurrecciones y guerras que estaban estallando en el Imperio. Así, se alzaron los precios de los productos agrícolas, para mejorar la situación del agricultor y beneficiar su labranza, e igualmente se suprimieron tasas que gravaban al campesinado, muchas de ellas ya en el reinado de Akbar. En principio, tales medidas sólo tenían aplicación en las regiones bajo control directo del Gobierno central y no en los territorios autónomos, pero, además, había que contar con la buena voluntad de los altos funcionarios que conseguían buenas entradas con el cobro de tales contribuciones. El descontrol creciente a fines del siglo XVII da lugar a muchas dudas respecto a la efectividad de las órdenes imperiales. De hecho, muchas de las rebeliones religiosas estaban alentadas por el descontento campesino y su negativa a pagar más impuestos. Los impuestos, las levas, las hambres, como las terribles de 1630 y 1650, la tiranía y arbitrariedad de los jefes locales creaban en el campo indio un ambiente mucho más sombrío de miseria y desolación que el que nos pueden indicar el lujo de la vida cortesana, la suntuosidad desmesurada de los palacios y tumbas y los hermosos templos que salpican el paisaje indio. Mientras, ciertos cultivos dedicados a la exportación y que exigían fuertes inversiones para financiar las preparaciones industriales de transformación, como el índigo o la caña de azúcar, dieron lugar a empresas capitalistas en las que participaban los sectores que disponían de mayor cantidad de numerario, como comerciantes, recaudadores de impuestos o el mismo Gobierno.

Producción agrícola de lujo, y producción artesanal de lujo también. El boato y el fasto que presidía la Corte imperial eran imitados por los funcionarios, por los nobles y, en definitiva, por todo aquel que pudiese permitírselo. Los numerosos palacios, mezquitas y hasta ciudades edificados por Akbar requerían también productos suntuarios para su acabado: joyas, marfil, cuero, muebles, sedas y, sobre todo, tapices. Así, la artesanía de lujo era muy abundante en la India y existían excelentes artesanos de cada ramo, que maravillaban a los pueblos extranjeros y los hacían desear apoderarse del país. La multiplicación del comercio exterior, con la apertura directa a los mercados europeos, supuso también un aumento en la demanda de productos artesanales, ya de por sí solicitados por el crecimiento del consumo interior. Innumerables artesanos se afanaban en ampliar la gama de los productos ofertados, y para ello traspasaban las barreras que levantaba una sociedad de castas, lo que en principio habría dejado estancada a la India, al impedir ejercer otra profesión que no fuera exactamente la de los padres. Así, los oficios se diversificaron: más de cien se distinguieron en Agra en este siglo, como ocurría en las otras grandes ciudades.

La abundancia de mano de obra barata y de fácil conformar no alentaba, o más exactamente no hacía rentables, las innovaciones técnicas, lo que no impidió la realización de productos de excelente terminación. Así se fabricaba un acero de alta calidad, que se exportaba a alto precio. Esta buena factura del metal permitía una industria militar, que abastecía las propias necesidades de armas de fuego. Los astilleros navales eran otro sector en auge, puesto que ya no sólo se construían navíos para las propias necesidades, sino para las de las compañías comerciales europeas.

Pero era la industria textil la que absorbía mayor cantidad de mano de obra, y las telas de algodón la rama principal de su producción artesanal. Las indianas, con sus vistosos estampados, desconocidos por los occidentales hasta entonces, hicieron furor entre las europeas en cuanto los portugueses se las mostraron, como ya lo habían hecho en los mercados de Extremo Oriente. Bengala, Gujarat y Cachemira serán las grandes zonas productivas.

La manufactura se desarrollaba en cualquier parte, en el campo, en las aldeas y, sobre todo, en el entorno de los puertos comerciales. En la India, a diferencia de Europa, el trabajo se realizaba en horizontal, por medio de redes productoras dedicadas a cada fase de la fabricación. Por ello, a los europeos les resultaba más fácil dirigirse a un solo proveedor, y utilizar los servicios de los comerciantes locales como intermediarios entre tan variadas ramas de la producción. El sistema de trabajo doméstico era el predominante, y, al contrario que en Europa, se remuneraba al trabajador antes y no después de realizado el encargo. Sin embargo, también existían concentraciones manufactureras, que generalmente trabajaban para un solo gran cliente, un noble o el mismo emperador, aunque les estaba permitida la exportación.

Las caravanas atravesaban el interior del Imperio llevando hasta las ciudades del interior los artículos que demandaba la sociedad cortesana. Igualmente trasladaban desde Cachemira hacia el Sur maravillosas indianas estampadas, así como cereales del campo a las capitales. Productos de lujo y de consumo básico, desde la plata hasta el mijo, recorrían el Imperio para abastecer el mercado interior. Las asociaciones de comerciantes indios asentadas en las ciudades también seguirán manteniendo relaciones con el exterior, pero ahora cada vez más como intermediarios de las florecientes compañías europeas, que en muchas ocasiones se servían de sus naves y sus marineros para los intercambios en el índico.

El comercio que hiciese viable tan gran trasiego debía ser forzosamente floreciente. Y, efectivamente, en las grandes ciudades importantes mercaderes locales abastecían la demanda interna, mientras en determinados puertos -Calcuta, Cochim, Cannannore, Goa- bullía un intenso tráfico de productos propios e importados: alcanfor chino, almizcle y ruibarbo de Asia Central, benjuí de Insulindia, incienso árabe, mirra etíope, azafrán del Levante mediterráneo y, finalmente, oro y plata de diversas procedencias asiáticas y, sobre todo, de América. Los mercaderes indios, como en toda esta zona del sudeste asiático, formaban estrechas asociaciones regionales -guiaratíes, bengalíes- al estilo de las europeas.

Pero los comerciantes indios fueron desbancados en su actividad internacional por los árabes y después por los portugueses, asentados desde 1500 en Goa, centro de su Imperio asiático. Las dificultades de los portugueses para mantener su imperio colonial frente a otros europeos les hizo ceder posiciones en la India, donde al finalizar el silo XVII sólo les restaban Diu y Goa. La "East India Company", fundada en 1600, inició su andadura en esta parte de Asia con la concesión en 1615 por Jahangir de la licencia de apertura de una factoría en Surat, centro de sus operaciones durante mucho tiempo. Más tarde consiguió las de Masulipatam (1633), Madrás (1640), Bombay (1668) y Calcuta (1686). La "Vereenidge Oostindische Compagnie" (VOC) se asentó también en Surat, Masulipatam, Pulikat y Negapatam, y arrebató Ceilán (1656) y Cochim (1663) a Portugal. Pero tras la doble derrota ante ingleses y franceses, la VOC se ciñó fundamentalmente a las especies de Indonesia y la porcelana de Extremo Oriente, y retrocedió en el Indostán. La "Compagnie Française des Indes Orientales", por su parte, consiguió Pondichery (1673) y Chandernagor (1686). Los comerciantes daneses también habían extendido sus redes comerciales por estas alejadas costas y contaban con instalaciones en Tranquebar y Sarapore.

La altísima fiscalidad impuesta al comercio occidental y el craso latrocinio de los funcionarios locales eran fuente de tensiones, incrementadas por el clima de inseguridad existente. La creciente presencia de los europeos no será ociosa, sino que intervendrán activamente en los conflictos internos, apoyando a quien mejor podía garantizarles, no sólo la permanencia, sino la defensa militar. A fines de siglo se agudizará la necesidad de este intervencionismo, dado que la mayoría de las factorías se situaban en la mitad sur, donde los mahratas y los príncipes del Dekán estaban en abierta insurrección.